Lima: una metrópolis emergente que se caracteriza por su diversidad. Los limeños somos gringos, somos cholos, somos zambos o chinos; pero la mayoría, somos un poco de todo. Por eso, no es nada jalado de los pelos vivir bajo el precepto de que todos somos iguales. Total, somos producto de la misma chocolateada de razas que ha estado revolviéndose desde las épocas coloniales. Lamentablemente, ese no parece ser el caso, pese a que muchos predican su creencia y práctica de la igualdad. Y esto se debe principalmente a que existe una brecha que nos divide. Una brecha tan amplia que incluso ha hecho que nos olvidemos de que todos venimos del mismo crisol.
Esta brecha empieza en tu esfuerzo, su recompensa, dónde y cómo vives, y termina en cómo todo eso te diferencia de tu prójimo. Lo que muchos no toman en cuenta es que esa brecha está condicionada por nuestros antepasados. Por su esfuerzo, su recompensa, dónde y cómo vivieron, y cómo eso los diferenció de sus prójimos. Y algo que se toma aún menos en cuenta, es que esta eterna brecha social en la que vivimos, también estuvo condicionada por ese mismo sentimiento de desunión que palpita en nuestra sociedad; aquello que ya mencioné: el olvido de nuestros orígenes. Lo cual, como resultado, nos ha colocado en un círculo vicioso de desigualdad socioeconómica, que en la mayoría de casos se refleja en nuestro color de piel y rasgos faciales.
Es cierto que esto no es una condición absoluta. Hoy en día, como podemos ver, limeños de todos los colores, rasgos y credos compartimos espacios comunes. Sin embargo, este compartir se debe a una característica que nos asemeja. Lo que nos lleva a lo mismo de antes: dónde y cómo vivimos, que se refleja en nuestro poder de adquisición y estilo de vida. Es por eso que la pluralidad racial está dictada por nuestro estatus. Y es por eso que tenemos casos en los que una persona de cierto color de piel y rasgos faciales, discrimina a otra persona, que irónicamente, tiene su mismo color de piel y rasgos faciales. Evidentemente, no por raza, sino por estatus. La brecha nos ha llevado a que pongamos nuestras diferencias antes que nuestras similitudes. Por esta razón, a pesar de ser iguales, la desigualdad de nuestra condición de vida hace que nos tratemos como diferentes; nos veamos como diferentes y actuemos como diferentes.
Valoramos lo material y lo banal, producto de nuestras diferencias, pero desvaloramos la solidaridad y la empatía. Nos enorgullecemos del privilegio del cual disponemos, pero menospreciamos la desventaja en la que viven algunos. Nos enfocamos en los pequeños males que enfrentamos, pero ignoramos los grandes problemas que enfrentan nuestros compatriotas menos afortunados. Y en muchos casos, condenamos a nuestro prójimo por no ser como nosotros, pero fallamos en reconocer que sus condiciones no han sido las mismas. Nos quejamos de nuestra ciudad y de lo que sucede en ella, a manos de muchas de estas personas que tanto alienamos, sin embargo no logramos ver el porqué de nuestras diferencias. Ni proponemos cómo llegar a una solución. Decimos que queremos una sociedad justa, igualitaria y progresiva, pero no damos nuestra mano cuando los demás la necesitan.
Mientras el individualismo, la avaricia, el materialismo y el racismo no salgan de nuestro sistema, seguiremos viviendo en una sociedad dividida. Tampoco nos curaremos de los males que enfrenta nuestra ciudad. Mientras sigamos alimentando a aquello que mantiene ancha la brecha, nos mantendremos de un lado o del otro, o en el medio de ella.
Muy simplista tu analisis, tienes que tomar en cuenta que hay muchos estudios que dicen que los programas sociales tienden a generar incentivos contrarios a su fin. Si, hay discriminación por status, pero mas por ignorancia que otra cosa. Cholos ninguneando a cholos por solo tener más dinero, es una constante universal en todos los paises. Pero eso no es un problema del capitalismo o la avaricia, es un problema del sectarismo humano, solo soy pata de quien es de mi tribu, las demás tribus son mis enemigos, etc, etc. Ahi esta el enemigo que lamentablemente es un instinto depositado en nuestra amigdala.
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